martes, 7 de febrero de 2012

Pesadilla infantil (Los niños y yo)



 Una tarde cualquiera en la que debía ir a consultar con mi otorrinolaringólogo por mis problemas respiratorios crónicos pude reafirmarlo, la afinidad con los niños no es lo mío. Y a continuación expondré mis razones.

Inmediatamente después de llegar al consultorio  pude percibir que estaría mucho tiempo esperando mi turno, pues mi otorrinolaringólogo sí que tiene muchos pacientes, de todas las edades ; y casi todos los días realiza cirugías, entonces debe repartir esas pocas horas que le quedan de la tarde en semejante cantidad de personas que esperan ser atendidos por él.

Casi todos los asientos ocupados y, siendo honestos, estaba entre las últimas, sería una larga tarde.
En el mismo consultorio trabaja un pediatra, y sí, esa sala está repleta de niños, desde bebés hasta el más allá, niños y niños, niñas y niños, pesadillas y niños.

En la sala hay cuadernos con mesitas y sillitas para distraerlos, pero no es suficiente con semejante cantidad, y, las criaturas no tienen mucha paciencia, así que a la tercera vez que sus padres le expliquen que todavía falta un buen rato para que el doctor los atienda  ellos deciden que ya estuvo bueno de sentarse calladitos y es tiempo de destruir el lugar.

Los niños corren y juegan hasta que se cansan, luego se asocian con otros niños y están bien por un tiempo, hasta que uno hace llorar al otro y todo se convierte en caos.

Multipliquen eso por 15 niños, durante 3 horas completas, mientras rogás que llegue tu turno porque tuviste un día pesado en el trabajo, tenés hambre y querés volver de inmediato a tu casa.

A pesar del griterío, puedo escuchar claramente el latido en mi sien, es oficialmente una pesadilla.
Hay niños más atrevidos, que incluso se acercan a la gente y quiere sacarle sus revistas, revisar carteras, incluso prueban sus últimos movimientos de pelea aprendidos de ‘BEN10’ en tu humanidad, y estarán bien chiquitos, pero sí que pegan duro.

Derraman, rompen, golpean, destruyen y la peor parte, lloran a gritos si no les das lo que quieren.
Y todo esto lo hacen ante la mirada apacible de sus padres. Algunos no le dicen nada ni siquiera cuando están por convertir tu cartera en papel picado, otros los retan, pero a los niños no les importa. Hay padres que cuando ya no dan más, le dan golpecitos y toda la sala queda en un incómodo silencio y se escucha el susurro de muchos “¡¿cómo va a pegarle a la pobre criatura?!” a la par que hacen la señal de la cruz.

Yo no sé si será algo generacional, pero estos niños de hoy, no se cansan, sufren de hiperactividad (capaz que hasta la disfrutan) y son increíblemente malcriados, a tal punto de que no podés decirles que no.
Me imagino diciéndole a alguno en el consultorio: “no puedo invitarte mi alfajor porque debo sobrevivir con él durante las más de 3 horas que voy a estar esperando acá” y que el inocente se ponga a hacer berrinche, su madre, en lugar de sugerirle que se quede quieto o comprarle su propio alfajor me daría una mirada llena de ira al igual que el resto del público presente, y yo quedaría como la malvada adulta.

Simplemente puedo admirar esa situación y desear a los cielos que mis hijos no sean tan difíciles y que yo tenga la capacidad suficiente para hacerme respetar  como madre y ponerles límites como corresponde… creo que dejarles a los niños hacer lo que quieran y cuando quieran es una nueva moda, una nueva filosofía para crear una futura esperanzadora sociedad con hombres con un marcado concepto de la libertad o algo así… qué sabré yo.

En fin, siempre tuve muy poco contacto con los niños. No es que no me gusten, sino que los respeto. Muchos me dicen “seguro así de nerviosa vos también le ponías a tu mamá”, pero la verdad es que era una niña muy tranquila. De todas formas, cada vez que hay un niño escandaloso a mí alrededor, mi mamá enseguida me lanza una mirada, no sé si reprendiendo mi impaciencia o demostrándome su acuerdo con mi fastidio. Otros dicen "ya vas a ver cuando tengas tus propios hijos" y sí, es altamente probable de que tenga que pasar por lo mismo.

Si aparece la criatura más hermosa del pueblo en un evento social la mayoría se va encima de ella, le empiezan a hablar chistoso, le babean de besos y le aprietan los cachetes. Yo lo máximo que haría sería saludarle con la mano. Existen tantas madres que le dicen “dale beso a la tía Fulanita, dale beso”  obligándolos a demostrarle afecto a la nunca antes vista y nada familiar 'tía Fulanita' y el pobre pequeño prójimo muestra una cara de fastidio que reconocería en cualquier lugar.

En cuanto a bebés, haciendo un conteo rápido, sostuve en brazos un total de 2, probablemente 3, por miedo, terror a arrancarles la cabeza en un descuido, con lo frágiles que se ven y lo bruta que soy yo, no quiero ir al penal de mujeres todavía.  

La razón por la cual no me tiro encima de los niños es simple. Recuerdo  bien cuando yo fui uno de ellos.
Aún lo tengo en la pupila, cuando toda esa gente extraña me rodeaba y me estiraba los cachetes, qué horror, detestaba eso, lo odiaba. Quería salir de allí de inmediato. Me acariciaban el cabello y yo quería gruñirles, quería que me dejen en paz, que me dejaran jugar tranquila, a tal punto que cuando sabía que iba a venir mucha gente a casa, me encerraba, me escondía y era yo la que ponía esa cara de fastidio ante la probabilidad de quedarme con labial de mujer desconocida en toda la cara.

No es que no me gusten los niños, también me causan ternura y me encantaría comerle las manitas y hacerlos reír, pero no haría eso con un niño que no sea mío o que no conozca. Hay una gran posibilidad de que el niño que hoy día tengo en frente, piense lo mismo que yo en mi niñez  y espere que yo no esté constantemente invadiendo su espacio personal y simplemente respete su universo de juegos.  

Probablemente en unos años cuando tenga hijos vuelva a leer estas palabras  y me cause risa, tal vez hasta me cause indignación, pero esto es lo que veo ahora.  Mientras tanto, cada vez que esté en un restaurante, al escuchar las corridas y griteríos de un par de niños, me llevaré la mano a la cabeza en señal de fastidio y la culpa no será de los pobres inocentes. ¡¡¡Padres, apiádense de mi alma!!!

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