Inmediatamente después de llegar al consultorio pude percibir que estaría mucho tiempo
esperando mi turno, pues mi otorrinolaringólogo sí que tiene muchos pacientes,
de todas las edades ; y casi todos los días realiza cirugías, entonces debe
repartir esas pocas horas que le quedan de la tarde en semejante cantidad de
personas que esperan ser atendidos por él.
Casi todos los asientos ocupados y, siendo honestos, estaba
entre las últimas, sería una larga tarde.
En el mismo consultorio trabaja un pediatra, y sí, esa sala
está repleta de niños, desde bebés hasta el más allá, niños y niños, niñas y
niños, pesadillas y niños.
En la sala hay cuadernos con mesitas y sillitas para distraerlos,
pero no es suficiente con semejante cantidad, y, las criaturas no tienen mucha
paciencia, así que a la tercera vez que sus padres le expliquen que todavía
falta un buen rato para que el doctor los atienda ellos deciden que ya estuvo bueno de sentarse
calladitos y es tiempo de destruir el lugar.
Los niños corren y juegan hasta que se cansan, luego se
asocian con otros niños y están bien por un tiempo, hasta que uno hace llorar
al otro y todo se convierte en caos.
Multipliquen eso por 15 niños, durante 3 horas completas,
mientras rogás que llegue tu turno porque tuviste un día pesado en el trabajo,
tenés hambre y querés volver de inmediato a tu casa.
A pesar del griterío, puedo escuchar claramente el latido en
mi sien, es oficialmente una pesadilla.
Hay niños más atrevidos, que incluso se acercan a la gente y
quiere sacarle sus revistas, revisar carteras, incluso prueban sus últimos
movimientos de pelea aprendidos de ‘BEN10’ en tu humanidad, y estarán bien
chiquitos, pero sí que pegan duro.
Derraman, rompen, golpean, destruyen y la peor parte, lloran
a gritos si no les das lo que quieren.
Y todo esto lo hacen ante la mirada apacible de sus padres.
Algunos no le dicen nada ni siquiera cuando están por convertir tu cartera en
papel picado, otros los retan, pero a los niños no les importa. Hay padres que
cuando ya no dan más, le dan golpecitos y toda la sala queda en un incómodo
silencio y se escucha el susurro de muchos “¡¿cómo va a pegarle a la pobre
criatura?!” a la par que hacen la señal de la cruz.
Yo no sé si será algo generacional, pero estos niños de hoy,
no se cansan, sufren de hiperactividad (capaz que hasta la disfrutan) y son
increíblemente malcriados, a tal punto de que no podés decirles que no.
Me imagino diciéndole a alguno en el consultorio: “no puedo
invitarte mi alfajor porque debo sobrevivir con él durante las más de 3 horas
que voy a estar esperando acá” y que el inocente se ponga a hacer berrinche, su
madre, en lugar de sugerirle que se quede quieto o comprarle su propio alfajor
me daría una mirada llena de ira al igual que el resto del público presente, y
yo quedaría como la malvada adulta.
Simplemente puedo admirar esa situación y desear a los
cielos que mis hijos no sean tan difíciles y que yo tenga la capacidad
suficiente para hacerme respetar como
madre y ponerles límites como corresponde… creo que dejarles a los niños hacer
lo que quieran y cuando quieran es una nueva moda, una nueva filosofía para
crear una futura esperanzadora sociedad con hombres con un marcado concepto de
la libertad o algo así… qué sabré yo.
En fin, siempre tuve muy poco contacto con los niños. No es
que no me gusten, sino que los respeto. Muchos me dicen “seguro así de nerviosa
vos también le ponías a tu mamá”, pero la verdad es que era una niña muy
tranquila. De todas formas, cada vez que hay un niño escandaloso a mí
alrededor, mi mamá enseguida me lanza una mirada, no sé si reprendiendo mi
impaciencia o demostrándome su acuerdo con mi fastidio. Otros dicen "ya vas a ver cuando tengas tus propios hijos" y sí, es altamente probable de que tenga que pasar por lo mismo.
Si aparece la criatura más hermosa del pueblo en un evento
social la mayoría se va encima de ella, le empiezan a hablar chistoso, le
babean de besos y le aprietan los cachetes. Yo lo máximo que haría sería
saludarle con la mano. Existen tantas madres que le dicen “dale beso a la tía Fulanita, dale beso” obligándolos a
demostrarle afecto a la nunca antes vista y nada familiar 'tía Fulanita' y el pobre pequeño prójimo
muestra una cara de fastidio que reconocería en cualquier lugar.
En cuanto a bebés, haciendo un conteo rápido, sostuve en
brazos un total de 2, probablemente 3, por miedo, terror a arrancarles la
cabeza en un descuido, con lo frágiles que se ven y lo bruta que soy yo, no
quiero ir al penal de mujeres todavía.
La razón por la cual no me tiro encima de los niños es
simple. Recuerdo bien cuando yo fui uno
de ellos.
Aún lo tengo en la pupila, cuando toda esa gente extraña me
rodeaba y me estiraba los cachetes, qué horror, detestaba eso, lo odiaba. Quería
salir de allí de inmediato. Me acariciaban el cabello y yo quería gruñirles,
quería que me dejen en paz, que me dejaran jugar tranquila, a tal punto que
cuando sabía que iba a venir mucha gente a casa, me encerraba, me escondía y
era yo la que ponía esa cara de fastidio ante la probabilidad de quedarme con
labial de mujer desconocida en toda la cara.
No es que no me gusten los niños, también me causan ternura
y me encantaría comerle las manitas y hacerlos reír, pero no haría eso con un
niño que no sea mío o que no conozca. Hay una gran posibilidad de que el niño
que hoy día tengo en frente, piense lo mismo que yo en mi niñez y espere que yo no esté constantemente
invadiendo su espacio personal y simplemente respete su universo de juegos.
Probablemente en unos años cuando tenga hijos vuelva a leer
estas palabras y me cause risa, tal vez
hasta me cause indignación, pero esto es lo que veo ahora. Mientras tanto, cada vez que esté en un
restaurante, al escuchar las corridas y griteríos de un par de niños, me
llevaré la mano a la cabeza en señal de fastidio y la culpa no será de los
pobres inocentes. ¡¡¡Padres, apiádense de mi alma!!!
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